AMORES
EDUARDO CELIS DE PEREIRA


















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LLEGAMOS...A LA CAPITAL


In BOGOTA

Por Joeducelis

MIS PRIMEROS DIAS IN BOGOTA
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-- La Amazonas de ojos verdes y soñadores, bella e inocente, es símbolo del amor puro de esta fiesta brava.

Por Joeducelis
Un poco después de las siete Eduardo y Cecilia salieron al andén para observar de cerca la noche, al tiempo que pasaban gran cantidad de trolebuses por la Avenida Caracas, dando la sensación de tener una capacidad ilimitada para absorber pasajeros, un frío terrible penetró por la garganta de ella dejándola afónica.
Llovió después de la medianoche y Cecilia tosió incesantemente, nadie se preocupó por ella hasta que fue necesario llevarla a la Hortua, después de varios días de hospitalización, los médicos diagnosticaron principios de neumonía, que requería de un largo y cuidadoso tratamiento.
Era una falsa alarma dijo Luis, cuando observó la mejoría con el medicamento formulado, la niña volvió a la casa y poco a poco todos los miembros de la familia fueron aceptando de buena gana el nuevo ambiente que se vivía.

No era fiebre ni escalofrío mucho menos neumonía, lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a este clima, las condiciones del altiplano son diferentes, dijo tímidamente Eduardo tratando de congraciarse con Cecilia que estaba envuelta en un pañolón, un saco y medias de lana.
Antes del medio día caminaron juntos hacia la plaza, el aire estaba congestionado y caía una pertinaz lluvia, las calles mojadas dejaban escapar un raro vapor al contacto del sol con el betún del asfalto y los carros salpicaban los pozos de agua.
Cuando iban lejos de la casa Cecilia preguntó en voz baja con los dientes apretados.
-¿Así será siempre este Bogotá?
No creo, dijo Eduardo mientras la protegía de los carros tomándola del brazo.
Llegaron al centro de la ciudad, descubriendo con asombro una mole de edificios que se alineaban colosalmente, formando una gran selva de cemento.
Arreados por múltiples voces y ruidos estrambóticos, se refugiaron en el segundo piso del restaurante que se encuentra al frente del palacio de justicia.
Durante el almuerzo Eduardo le contó los incidentes ocurridos en los últimos días, los buenos amigos que encontró en el Externado, la grata impresión que le dejó la diosa de Casabianca, la cercanía del taller de mecánica y el comportamiento extraño de su hermano Fernando.

Ella lo escuchó impaciente.
El se quedó pensativo, temía por su salud, la veía pálida, parecía débil en sus movimientos, creía honestamente que su enfermedad era grave, el clima de esta ciudad le había afectado su integridad física, pensó que podría morir.
Ella asumió una actitud valiente. Consumió con ganas todo el almuerzo, levantó la frente, se alisó su pelo crespo, sonrió francamente y se incorporó de tal forma, con tanta energía, que el mismo estado del tiempo cambió.
De inmediato bajaron por la escalera eléctrica y salieron a la carrera séptima.
Llegando a la Avenida Jiménez encontraron una corona de flores blancas adornando el lugar exacto donde cayo asesinado el caudillo, hacia el oriente observan una traumática cadena de negocios de discos, almacenes de ropa, cafetines, librerías, iglesias, museos y el mítico cerro de Monserrate.
En la plaza comenzó otra vez la llovizna de nieve, los lustrabotas se refugian debajo de sus plásticos, Cecilia se tapa con el pañolón y exclama eufórica:
¡Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del señor!
Regresaron por las mismas calles y con gran satisfacción de haber conocido el centro de la capital, no era tan horrible como se la habían imaginado, la gente era decente y muy elegante.
Eduardo sintió ganas de cantar, tarareó una balada de la época y se recostó en la cama, pensando que esta gran ciudad reunía las condiciones ideales para triunfar.

Luis vino después de las seis de la tarde. Cecilia y Eduardo tomaban el café en la cocina, cuando empujó la puerta del patio y gritó:
- Se enloqueció su hermano Fernando.
Se levantaron al tiempo diciendo: No puede ser.
Así es, ya no quiere trabajar, no quiere estudiar, no quiere hacer nada.
Yo siempre he dicho que ese muchacho es muy rebelde. Anda mal.

Ninguno entendía la razón de la supuesta rebeldía, pero todos coincidían en afirmar que estaba actuando de una manera anormal.

Lo que pasa es que aquí en Bogotà, la gente actúa anormalmente, dijo Fernando que se encontraba aprisionado detrás de la puerta.
No es así, respondió Luis imponiéndose con su fuerte voz. Aquí se acostumbra que todos trabajen o estudien o ambas cosas a la vez, es otra cultura.

Esa misma noche, Eduardo estuvo haciendo planes alegres sobre su inmediato futuro, aquellas frases le habían mostrado un camino ideal para su victoria personal y el de su familia, trabajar y estudiar es el objetivo a conseguir.
La vida es dura, exclamó Luis.

Pero hay que saberla vivir, esta familia tiene mucho futuro, ya estamos en la capital, donde están las mejores universidades, los bancos, los grandes almacenes, está todo por hacer, dijo Cecilia para animar a Eduardo.
Eduardo se sintió respaldado.
Salió al patio. Vagó por los alrededores de casabianca, organizando sus ideas, aceptó que todo estaba por hacer, trata de convencerse que pronto el mundo de los negocios estaría a sus pies.
La salud de Cecilia y el comportamiento de su hermano le preocupan, además sus dos hermanas necesitan apoyo, recorrió con su vista las ventanas que estaban vacías y tristes, sintió frío y volvió a su pieza.
Su hermana mayor lo sintió entrar y lo llamó.
-¿Señora? contestò suavemente.
Ella lo miró fijamente y le acarició el rostro con ternura, preocúpese por el estudiò, no se angustie mas, aún eres un niño, añadió tranquilizándolo.
Eduardo sonrió y se acostó.
Creo que por el momento estamos bien así, dijo ella en voz baja, Luis gana mucho dinero y mientras viva, nunca nos faltará nada.
Durmió mal esa noche tratando de entender las preocupaciones que su hermano tiene en su cabeza infantil.

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Eduardocelis

Los celis...mi familia
Al día siguiente la mujer le llevó el tinto a la cama.
Los días comenzaban monótonamente, Cecilia era la primera en levantarse y Luis salía muy temprano sin desayunar, los demás se mueven sin afanes.
Mas temprano que tarde seré yo quien tenga el control de esta casa, dijo Eduardo mientras saborea el café caliente.
Será el único que piensa en el futuro, por que los demás están como dormidos, le contestó de inmediato Cecilia, este Bogotá yo lo veo muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse bien.
Los que se propongan conseguir dinero antes del dos mil van a sobrevivir y los que se duerman van a tener que aguantar mucha hambre, sentenció ella.
No se preocupe, dijo Eduardo sin voltear a mirarla, me lanzaré al ruedo y el año entrante estaré bien, yo también estoy vivo y además tengo sangre paisa y el paisa no se arruga. El dos mil está muy lejos, lo mío es para ya, tengo un plan para salir a negociar, afirmó con seguridad.

Observó como su hermano Fernando se levantó lentamente, estaba flaco y pesado, su rostro pálido y enjuto refleja la gravedad de su drama, entró al baño, se lavó la cabeza y se reía nerviosamente mirándose al espejo.
-¿De que te ríes? pregun tò Eduardo.
De nada, contestò Fernando.
-¿Qué te pasa?
Nada, respondió con la misma risa nerviosa.
-¿Estás bien?
Bien, muy bien.
-¿Qué te preocupa?
Fernando eludió los penetrantes ojos negros de Eduardo.
-Nada- mintió.
No estaba bien, tiene problemas y nadie lo atiende, nos volvimos insensibles, meditaba Eduardo mientras observa a su hermano en un monólogo frente al espejo.
Cecilia está triste, no puede resistir esta escena.
El problema es psicológico, arrastra un trauma de muchos años atrás, producto de sus propias actuaciones, ella se sentía culpable, sabia perfectamente el origen de su enfermedad, pero no podía delatar a Luis, por su culpabilidad en este caso.
-¿Será que mi hermano esta sufriendo delirio de persecución? Preguntó Eduardo, tratando de encontrar una explicación lógica.
No creo, contestó Cecilia sorprendida, no entiendo por que lo dices.
Por que se esconde en el baño y no quiere salir, dice que alguien lo acosa constantemente, se mira al espejo y repite que ahí viene el fantasma, yo creo que se esta volviendo loco y nosotros permanecemos indiferentes.
Desde que se retiró de estudiar se ha comportado así, dijo ella.

Yo no estoy loco, contestó serenamente Fernando secándose la cara, aquí en Bogotá todo es muy difícil, no hay facilidades para el estudio y el único trabajo que ofrecen es en los talleres, como peones y humillados por un patrón.

Después de llevar el pocillo a la cocina, Eduardo volvió a la pieza afanado por que los pantalones estaban sin planchar, su hermana los estiró sobre la cama y los alisó rápidamente con la plancha tibia, se puso la camiseta arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde el primer día de su llegada.
-¿Cuál es el apuro de salir? Preguntó ella.
Lo mejor es ir a estudiar, no puedo distraerme del objetivo que tengo, expresó Eduardo mientras se despedía observando la sombra de su hermano, abrazando cariñosamente a Cecilia.
En la puerta sintió en todo lo alto un sol picante, despuntando sobre el tejado de Casabianca, dirigiendo cálidos rayos sobre su integridad.
Simultáneamente cortinas de nubes negras reprimen esas llamas de energía involuntariamente.
Al pasar frente al taller miró hacia el fondo, en la zona de latonería entre latas retorcidas, compresores y soldadores vio a los obreros, entre los que se encontraba su hermano mayor, frente al patrón que impartía órdenes.
¡Pobre gente!
Se lamentó Eduardo aferrándose fuertemente a sus libros, sintió alivio al pensar que su destino ya estaba definido.
La tarde se volvió gris en San Antonio.
El salón de clases estaba oscuro y frío, el profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

En la calle se respira un ambiente hostil, producto del crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha flota el cuerpo sin vida del edil, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a los conservadores que ostentan el poder.
Nunca había visto un muerto, le dijo Eduardo a Cecilia quien dobla su espinazo sobre el lavadero.
No puedo explicarme por que toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo. El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul, corbata roja, violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento, dicen que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.
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Esta es la guerra política, dijo Cecilia que terminaba de colgar la ropa en las cuerdas del patio, se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó recogiendo el balde del suelo y tomando a Eduardo de la mano lo condujo a la cocina en donde compartieron una bandeja con frijoles.
Allí estaba su hermano Fernando, pálido, callado, comiendo al lado de Cecilia, eran inseparables, se necesitan mutuamente, se quieren, la enfermedad era compartida, se fundieron en la misma desgracia, eran víctimas de su pasado.
La rutina los acompañó por muchos años solamente la monotonía de todos esos años los fue consumiendo lentamente.

Muy temprano, Eduardo corría en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorría todo su cuerpo, calaba sus huesos, daba vueltas a la glorieta nerviosamente, miraba por entre los arboles con ansiedad, buscaba por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó mas y se desmoronó totalmente orinado sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas secando sus pantalones al sol.

Nunca en su corta vida había tenido esta experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios, pero ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano y lo observó sonrientemente.
-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, ahora el próximo mes los cumplo.
-¿Con quien vives?
Con mis padres y con mis hermanos.
-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo un sobre que contenía el diploma.
El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisacorbata de oro.
Después de varias palabras acartonadas, dijo suavemente antes de desaparecer.
Aquí està Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.
Eduardo sintió pena ante la presencia femenina, alegre y sonriente de la mujer.
Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos, se llevó uno a su boca de rubí, lo encendió con una candela colibrì.
No te ofrezco por que aun eres un niño, dijo mientras aspiraba el humo y dejaba escapar un bucle al aire.
Eduardo no supo que contestar, estaba aturdido por todo lo que pasaba.
Atinó a mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su nariz aguileña, su pelo suave que caía sobre su espalda hasta la cintura de muñeca, sintió de cerca su aire de gitana y su espíritu llanero.
Vamos a tomar tinto, le dijo ella dando una mediavuelta sobre uno de sus tacones gruesos y cerrando uno de sus ojos en una actitud de franca coquetería.
¡Tinto si tomo!, ¡para eso si soy el campeón!, hablo fuerte y sonriente Eduardo, yo vengo del eje cafetero y esta es la mejor invitación que me hacen, dijo con energía.
Se puso de pie, sintió sus pantalones secos y sonrió a Zulma.
Bajaron a la Avenida Caracas, tomados de la mano, como si se conocieran de tiempo atrás, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, iniciaron una relación sentimental a primera vista.
Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de Adiela, quien hablaba por teléfono con la secretaria de la Presidencia del Banco de la República, se comprometió a enviarle un paquete de bonos, para acumular en su cuenta bancaria, aclarando que se debe entregar un porcentaje en efectivo.
LUCIA CELIS LOPEZ
PRIMEROS NIETOS DE ABRAHAM ELIAS LOPEZ
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ABRAHAM ELIAS

DIEGO
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Por Joeducelis
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2010

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LUIS
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LUIS EN EL RESTAURANTE DE CARMEN CELIS

JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ EN SOACHA


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Los celis...mi familia
De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo, en el piso octavo se encontraba la Presidencia del Banco en donde Isabelita la secretaria coordinaba todas las operaciones financieras.
Promediando la mañana Martha se encontraba clasificando los bonos en el cuarto de San Vicente, cuando apareciò Eduardo quien la buscaba presurosamente, tan pronto se encontraron se fundieron en un abrazo apasionado, entrañablemente, como nunca lo habìan hecho y se entregaron a un amor infinito.
En una decisión insólita, cuando se normalizaron las operaciones con el Banco, Carmenza le ordenó a Eduardo que tomara el efectivo para sus gastos personales cuando lo necesitara, sin necesidad de informarle.
A partir de ese momento nunca volvió a faltar dinero en sus bolsillos.

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Los celis...mi familia
Después del día laboral, Fanny le dijo suavemente.
Te espero allá en el bar, para que hablemos de lo nuestro.
Allí en el bar de la esquina se encontraron ante una mesa cuidadosamente arreglada para la ocasión.

¿Qué es lo nuestro? Preguntó Eduardo, cautelosamente.
Nuestro matrimonio, contestó la mujer levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.
Sacó de su bolso de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.
¡Salud! Dijo Aurora levantando la copa de champaña.
¡Salud! Asintió Eduardo.

Lloviò toda la siguiente semana. Fuè una semana diferente a todas las otras vividas en la capital, nacieron ilusiones imposibles y murieron amores posibles.
Una mañana lluviosa y plomisa premonitoria de que algo no anda bien en el Restrepo, amarteladamente en la terraza se estrechan entrelazados dos pardillos asustadizos en una pose poco usual, los guiños y flirteos alcanzaron a advertir la atenciòn de dos intrusos, cerca de la cocina y solamente lograron un galanteo trivial, por que al notar su presencia, consiguieron bajar el tono de su amorìo, fatalmente.

A travès de la ventana se escucha la queja de Cecilia preocupada por que Fernando habia llegado a un grado de imprudencia e incensatez que amerita recurrir a un serio tratamiento mèdico.
Luis se apurò a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos advertidos.
Los demàs prefieren ocuparsen de otros aspectos.

Asì transcurre en forma alarmante la pèrdida de las facultades fìsico mentales del tìmido y nostàlgico Fernando, sin que los galenos logren prescribir acertadamente el sìndrome que soporta.
En la tarde, Cecilia sorprende con un estado de ànimo alborozado como consecuencia de un presente recibido en forma casual; impresionado por el contraste producido en su estado sùbito, Eduardo se activa a observar el motivo de la felicidad manifiesta.
La mujer lo conduce al comedor que se encuentra bajo el cobertizo de la casa y con gran fascinaciòn contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y largas hojas.

Espectacular momento de gran satisfacciòn que les produce un entusiasmo profundo y entrañable, que los reune en un fuerte abrazo fraternal.
El suceso precursor de esta mañana ha quedado irremediablemente en el olvido.
En la base de la maceta que contiene el adorno floral, descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Edilma, que se adelanta de esta forma en la conmemoraciòn del dìa de la mujer, pròxima a celebrarse.
Cecilia elogia el afecto de la persona anònima que reinvindica este hecho trascendental.
¡Nunca me habìan regalado flores!.. profiriò ella.
Como ocurrìa siempre, la mujer mira el cuadro de las ànimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos, en el dìa de hoy era mucho lo que tenìa que gratificar por que seguidamente en un impulso expontàneo Eduardo sacò de su dedo anular la argolla que tanto le perturbaba y la colocò en el de ella.

Con este gesto de liberalidad Eduardo pretende sepultar de una vez por todas las propuestas matrimoniales de Yudy, que tanto le atormentaban.
La mujer se fuè al cuarto a prepararse para el rosario y Eduardo aprovechò para meterse al empotrado armario y cerrando la puerta se desahogò gritando con todas sus fuerzas ¡soy libre! ¡No quiero casarme!.
Eduardo y su hermano Fernando esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida, a nadie mas esperaban a esa hora de la noche, como siempre Fernando comìa muy ràpido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas.
Sinembargo este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, escuchando a Cecilia recontar historias vividas en su natal Pereira y en su largo peregrinaje por el eje cafetero.
Escampò despuès de las nueve de la noche. Todo parece tranquilo en el Restrepo, sinembargo algo atormentaba a Cecilia quien se esmera por mantener sedado a Fernando para evitar en lo posible, los desbordamientos de su personalidad.
Eduardo volviò a su cuarto, se parò encima del catre y empinandose observa a travès de su trampilla el accionar retraido de la avecilla que inocente respinga en la pajarera, en busca de calor paterno. Aùn no se percata de las consecuencias fatales del inminente desahucio.

En los ùltimos años han cambiado mucho las cosas dice Cecilia quien se aclimatò al frio Bogotano, Eduardo se consolidò laboralmente y Lucia es madre de dos niñas, entretanto Amanda aplica como enfermera, Diego se encarga a regañadientes del taller de mecànica y Ferney adelanta su vocaciòn de jurisconsulto.
Ninguno puede sostener que se haya acostado una sola noche con hambre, todos gozan de los beneficios de manutenciòn proporcionados.
No importa la cortapisa en sus necesidades bàsicas , lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demàs y la idea de conformar una reverenciada familia.

Es la misma historia de siempre, comentò Eduardo en voz alta.
Es la misma historia, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de la casa, replicò Cecilia que recoge sus piernas debajo de la mesa escondiendo una dolencia varicosa.
Con una reacciòn automàtica, Eduardo recoge del mesòn dos recibos de servicios pùblicos para hacerse cargo de su pago, esta es la primera muestra del compromiso que en adelante tendrà con su querida parentela.
Eduardocelis

Los celis...mi familia

A travès de la ventana penetran los aires armònicos del hermoso azulejo de fino pico que retoza en su pequeña pajarera, àvido de afecto, candoroso e ingenuo, galanteando abiertamente como si no advirtiera que su destino es el exilio infame.
En la terraza de la casa Fernando hace muecas, tenìa un movimiento sintomàtico producido por la contracciòn de los mùsculos del cuello.
Los huesos de su cara estan forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los ùltimos quince han sido marcados por una caprichosa forma de actuar.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tenìa practicamente enagenado, Cecilia recuerda con perspicuidad que hace algunos años en un ataque de paranoia, sacò al patio de la casa los colchones, las sàbanas, las almohadas y todo el dormitorio desbaratado, dejàndolo allì al sol y al agua, se marchò luego de patear todo con tosquedad y proferir algunas vulgaridades, en la noche llegò calmado, como si no hubiera pasado nada armò de nuevo su aposento, no quiso tomar la cena y se acostò sosegado.

Como todos los viernes Eduardo llegò a la taurina, esa noche el barrio estaba alborotado por las fiestas decembrinas, en un rincòn se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludò con una venia y se acomodò en la barra cerca de Fercho, para degustar el nèctar y la buena mùsica.
La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborosados como si de repente se hubieran acabado los problemas en todo el mundo, Eduardo se contagiò del ambiente y comenzò a cantar fuertemente, aprovechando el sonido estrambòtico de los altoparlantes.

Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna, interrumpiò Gladiz, su amiga de infancia que departìa muy cerca del mostrador, Eduardo se quedò mirando a la mujer de cabellos risados y caderas protuberantes, la mirò fijamente de arriba a abajo, tratò de tocarla, pero ella instintivamente retrocediò, para volverse a èl, presurosa colocàndose insinuante.
Eduardo se animò a bailar tomàndola por la cintura fuertemente, dejando deslizar sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se encontraban en el centro de la pista de baile, totalmente fundidos, con èxtasis sinigual.

Al interrumpirse la melodìa, repiraban muy cerca, cara a cara, la mujer en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡todo lo que quieras pero no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besò apasionadamente, quedando sellado ahì un encuentro casual.
Clarita se retirò a su lugar, llevando la falda levantada con los nervios de punta, abrumada, contrariada y ansiosa.
De inmediato se armò la bronca, se formò una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo, quien absurdamente recibiò el ataque feroz de cuatro bandidos, escasamente logra repelerlos con una botella que trata infructuosamente romper contra el filo de la barra acolchonada, la oportuna intervenciòn de los Echeverry evitaron que fuera linchado en el acto.

Despuès de la media noche Eduardo regresò a casa en compañìa del menor de ellos pero el mas peligroso por su sagacidad en el manejo de armas que lo convierten en un peligroso atracador nocturno, ladròn de bancos, maleante obstinado.
¡Cuidate mucho, diablo! , no te metas en problemas dijo valvuceando lacònicamente.

En las penumbras estallò una carcajada.
Hace presencia un fantasma envuelto en una sàbana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa.
Eduardo se recogiò en un rincòn de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que habìa recaido en sus manifestaciones de excentricidad.
No es nada dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga mas ofuscaciones.
¡Tèngale miedo a los vivos! gritò Luis.
Eduardo se quedò quieto en un rincon y dejò la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicaciòn etìlica le habìa jugado una mala pasada.
No se preocupe, le dijo sonriendo su hermano Fernando que observaba la escena sentado en el sofà, lo cierto es que el amigo Fuerte vino a despedirse, cuando alguien muere, su espìritu sale del cuerpo y hace un ràpido recorrido en su partida, acotò gesticulando.
Eduardo lo mirò perplejo, aùn no habia desechado la idea que el fantasma era su propio hermano, sus ojos inalterables le producìan espanto.
Ya no piense mas en eso dijo Luis, duermase tranquilo, agregò imprimiendo a su voz una severidad convincente.
Eduardo se durmiò y Cecilia apagò la luz.
El espiritu perturbador termina su recorrido y la noche pasò volando.

Muy temprano llegò la Pereirana al Restrepo, tal como habìan convenido, Eduardo no recordaba este compromiso, en su mirada se observa tanta sorpresa como satisfacciòn de verla.
Juntos recorrieron toda la casa tratando de asegurarse que realmente se encontraban solos, despues de una ligera inspecciòn se entregaron completamente, con sus corazones comprometidos.

Sin necesidad de abrir la ventana el sol matutino habia penetrado a la casa, en la pajarera ya no se escucha el canturreo de la avecilla que tanto habia alegrado el ambiente en el Restrepo, definitivamente pudo mas la tozudez de sus contrincantes hostiles, que el amor entrañable, puro, tierno y seductivo profesado por Eduardo.
Queda un vacio en su corazòn, monumental, desmesurado, enorme soledad que nadie puede llenar.
Al bajar las escaleras Eduardo sintiò cerca de la endija, por ùltima vez, a la avecilla de Vindi que estremece con sus besos lo mas recòndito de su alma.

Escrito Por:
Jose Eduardo celis Lopez
2008

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Ferney y Lucia.

Ferney y Lucia.

Celmira, Olga, Claritza, Pola y Nohemi,

Abraham Elías López y María Francisca Merchàn

Gonzalo, Ricardo y Evelio.

Nieves Bernal y Benjamin

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Jairo, Rigoberto y Ruby

Flor y su pequeña hija


Hèctor, Juan Celis, Lolita, Efrain y Guillermo

Virgilio, Julio, Gerardo, Stella, Cristina y Beatriz

Doña Agripina

Carmen Celis

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